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martes, mayo 01, 2007

Concierto en Barcelona



Minutos antes de la hora señalada, el acceso al Palau Sant Jordi era un poema. Tanto celo impuso a los porteros para impedir la entrada de cámaras ocultas que la cola se prolongaba en zigzag casi hasta la avenida del Estadi.
Aún así­, cuando casi media hora después empezó por fin el concierto, infinidad de móviles y diminutas cámaras le apuntaban igualmente. Abrió entusiasta con Qué nivel de mujer; y por cierto, en la pista habí­a casi más público masculino que femenino.
El astro mexicano se mostró comunicativo como pocas veces, aunque, más que al respetable, se miraba a sí­ mismo en dos monitores cuyas imágenes --casi siempre en plano medio-- reproducí­an la pantalla central. Se acercaba a ellos una y otra vez sin disimulo, mirándose como ante un espejo. ¿Narcisista o desmedido perfeccionista? Probablemente ambas cosas pero, ante todo, intérprete mayúsculo. De esos que, aunque ofrezcan un concierto más, para el espectador es siempre un verdadero acontecimiento.
De nuevo la tecnologí­a le jugó otra mala pasada. Arrancó con amplio fiato y, sin embargo, en las primeras canciones apenas se le oía. Por más señas que hiciera a la mesa de mezclas, su voz se confundí­a con la sección de metal.
Con el primer bloque de boleros (sentado al pie del escenario sin desplanchar su ceñido traje) sonaba algo mejor. El público cantaba tanto que parecí­a darle igual, pero Luis Miguel no es de los que se conforman con medianías. Hasta que, antes de iniciar su himno Por debajo de la mesa, se acercó al técnico y le dio certeras instrucciones por lo bajini. Mano de santo. A partir de ahí­ todo fue sobre ruedas. Luis Miguel expandía su sonrisa de vendedor encorbatado. Pero no de quien te quiere vender algo, sino del que ya te lo ha vendido.
Bueno, algo de papel quedó en taquilla, aunque 15.000 personas en pleno puente no está nada mal. Y más tan incondicionalmente entregadas. Por cierto, por primera vez se olvidó de La incondicional y no cantó casi nada del repertorio de J. C. Calderón. En compensación, y también por primera vez en Éspañas, la sorpresa no pudo ser mejor: desmintiendo previsiones, en esta ocasión sí vino con mariachi. Once charros de ley que pusieron el broche de oro en el tramo final. Purito delirio azteca.
Al igual que a los boleros, Luis Miguel guarda fidelidad a las rancheras sin dejar de ser él en ningún momento. Hasta las piezas más ligeras suenan titánicas en su voz. Fuerza bruta nunca exenta de delicadeza y pasión. Como La Bikina, con su pena y su dolor...Rescató sus primerísimas canciones en formato popurrí­ para despedirse tal como empezó, con su arrolladora faceta funky-pop.
Sin dar ya saltos acrobáticos, sigue reinando en cada rincón del escenario.


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