El 04 de mayo, vestido de negro, impecable él, fue el centro de todas las miradas y flashes, pese al celo de los guardias de seguridad a la entrada, donde desde antes de las 8 de la mañana ya había fans llegados de varios puntos de la geografía nacional. La aglomeración se formó en la apertura de puertas, bullicioso y hasta desordenado. Todos querían verle de cerca, tocarle, en ese altar suyo que ya es el escenario, espacio que domina en presencia y voz.
Abrió entusiasta con Qué nivel de mujer; y por cierto, en la pista había casi más público masculino que femenino. El astro mexicano se mostró comunicativo como pocas veces, intérprete mayúsculo. De esos que, aunque ofrezcan un concierto más, para el espectador es siempre un verdadero acontecimiento.
Empezó a enamorar los oídos de los miles de seguidores que tararearon a capella cada uno de sus grandes éxitos como Suave, Bésame mucho, El día que me quieras o Perfidia. E hipnotizó con Por debajo de la mesa. Luis Miguel expandía su sonrisa ante sus incondicionales, entregados y entregadas por igual. Rescató sus primerísimas canciones en formato popurrí para despedirse tal como empezó, con su arrolladora faceta funky-pop. Pero, ante todo, fue fiel a los boleros y rancheras con 12 mariachis que le acompañaron vestidos de blanco satén sin dejar en ningún momento de ser él. Una auténtica furia latina sobre el escenario.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario