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viernes, mayo 04, 2012

La fugacidad de Luis Miguel


Luis Miguel, durante el concierto inaugural de su gira española EFE

Sucesor de La Voz nombrado por el mismísimo Frank Sinatra. A partir de ahí, decir que Luis Miguel tiene 60 millones de discos vendidos o 10 premios Grammy en sus 30 años de carrera artística es información de relleno. Quienes le siguen, bien sea por devoción personal o por necesidad profesional, coinciden en que es «el Michael Jackson latino».

Afortunada o no, la comparación remite a analizar sus vidas dentro y fuera del escenario y a concluir que la del Sol de México no dista tanto de la del difunto Rey del Pop. Durante las dos horas en las que levita sobre el aliento de sus fans en estadios y auditorios; el puertorriqueño nacionalizado en el país de la ranchera es un semidiós. Pero cuando sale de ellos, se comporta como un fugitivo de la fama. La intimidad es el mayor tesoro que le queda a alguien expuesto a la popularidad masiva desde niño. Hoy, «el ídolo de ídolos» –sus fans dicen que Bisbal le copió su famosa «patadita»– empaqueta el pabellón IFA con más de 9.000 incondicionales. Ayer, sus responsabales tuvieron que disuadir a los más adictos de acampar a las puertas. Quizá no lo lograron del todo.

Tocar a Luis Miguel es un privilegio. El divo mexicano llega dos minutos antes de que empiece el concierto y se marcha nada más acabar la última canción, de manera que la única posibilidad de relacionarse con él es mientras recorre el escenario. En escena, como demostró el lunes en Palma de Mallorca en el arranque de su primera gira española en cinco años, no escatima en sonrisas, guiños y gestos de complicidad con sus fans. Quienes llegan a las primeras filas, pueden conseguir «que les de la mano o una rosa» justo antes de que sus guardaespaldas lo arrastren de nuevo a la platea, como explica Juana Arroyo, presidenta de Por la magia de Luis Miguel, el club de fans más numeroso de España del artista.

Debido a que ha sido dado por muerto tres veces por varios tabloides, y en gran parte también por el blindaje al que somete su vida personal, Luis Miguel no habla con la prensa más que cuando presenta disco. Toda la información no oficial sobre su vida y obra circula subterránea y fangosa. Dicen que viaja con ocho escoltas, cosidos a sus zapatos como sombras. «En realidad son sólo dos, pero valen por ocho. Dos cubanos enormes» comenta Eduardo Möller, relaciones públicas de la promotora de la gira, Live Nation Worldwide, sin negar este hecho como propio de una megaestrella.

Cuando tocarle es difícil, lograr un beso suyo entra en la categoría de lo místico. Arroyo aún reconstruye el momento confusa, como si aún no supiera exactamente qué pasó aquella noche en el Auditorio Nacional de México en la que el astro del bolero y la ranchera la convirtió en la mujer más envidiada del recinto al acariciar su mejilla con la boca. «Me cogió de la muñeca, apretó contra sí la camiseta de la Selección Española que le llevaba y me besó», comenta, dejando espacio entre las frases.

Es lógico que la fusilaran con la mirada. «Hay mexicanos que vienen a España sólo para verlo, porque aquí se le oye: en los conciertos de su país la gente grita tanto que no se escucha el escenario», cuenta Möller.

Aquí levanta pasiones que dejan sitio en el fondo. Palma y Cáceres funcionaron, pero no llegó a llenar. Aún así, el responsable de prensa de la gira asegura que, a pesar de la cancelación del concierto de Gran Canaria por razones técnicas, el tour en el que está presentando su trabajo homónimo, Luis Miguel, es todo un éxito. «Todo vendido el primer día en Madrid, casi lleno el segundo, Barcelona igual y Málaga casi lleno», resume.

Hoy en Elche se esperan miles de voces cantando clásicos del vocalista como Incondicional, Suave, Por debajo de la mesa o Te propongo. Luego, el astro se desvanecerá.

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